Dijo “El Mono” Burgos que la posición de arquero es una trágica felicidad.
Los porteros viven para la tragedia. Aparecen cuando sufrimos, nos salvan de las desgracias, están presentes en cada gol y en cada penal. Y sin embargo, cuando logran salvar a su equipo del desastre son los más recordados.
Hubo en la década de los noventa una generación de arqueros que llevaron al extremo esa trágica felicidad. Además de salvar el arco, eran capaces de reflejarse en el marcador. De penal, de tiro libre y dejando el arco para jugar de delanteros, Jorge Campos (47 goles), René Higuita (43 goles), José Luis Chilavert (62 goles) y Rogerio Ceni (129 goles) rompieron paradigmas y marcaron un hito en la historia del futbol, y por alguna razón que no logro entender, no dejaron escuela. Su estilo y sus locuras quedaron grabados en la historia, son recordados como ídolos, pero después de ellos el guardameta regresó a los 3 postes, dejando su historia en la memoria de los aficionados como algo insólito e irrepetible.
El siglo XXI nos ha deleitado con grandes cancerberos como Iker Casillas, Gianluigui Buffon y Oliver Kahn. Ellos y muchos más son sinónimo de grandes atajadas, seguridad de manos y títulos, pero no volvimos a ver a uno que se reflejara constantemente en el marcador.
La portería sentó cabeza. Los arqueros se hicieron prudentes. El futbol regresó a sus orígenes. Pero en mi cabeza, aún espero un hueco para que un portero se vaya hasta la media cancha conduciendo el balón, que pida los tiros libres, sueño con ver un lance de escorpión o que se quite en medio campo su vestimenta de portero y debajo esté el uniforme de juego y se vaya al ataque.
Enrique Álvarez
JZ