Cuando la política permite chistes, bailes y arengas con el propósito de ganar simpatía entonces la política se convierte en un circo, los políticos en payasos y la simpatía que se traduce en votos se convierte en aplausos.
En estos momentos en los que nos encontramos en pleno proceso electoral en el país, los ciudadanos que ostentan cargos públicos y pretenden seguir en esos espacios a costa muchos de su falta de resultados, operan bajo la condición de simplemente empeñar la vergüenza, la prudencia y su poca o mucha inteligencia por dar de que hablar, por estar en boca del electorado, sin importar el “que dirán” pero que digan; sin duda alguna esto también termina por abonarle desprestigio a una política ya de por si fracturada y desdeñada.
Desde desfiles de botargas, hasta bailes improvisados en las redes sociales es algo que hacen los políticos cirqueros con tal de ganar adeptos a sus intereses políticos. La condición es simple: lograr estructurar una demanda de entretenimiento entre el mercado electoral con el propósito de ganar popularidad que ellos ya traducen como legitimidad para ser autoridad gubernamental.
Umberto Eco lo planteo hace tiempo, “no es lo mismo ser famoso que estar en boca de todos, un día no habrá diferencia, con tal de que alguien nos mire y hable de nosotros, estaremos dispuestos a todo”, lamentablemente esa nueva o reforzada condición humana donde los likes y los followers valen mucho ha llegado hasta el espacio público, ese donde los problemas sociales, las complejidades que requieren acuerdos y debates requieren seriedad y personas con entendimiento estatal, algo que dista en muchas ocasiones con lo que se denomina “popular”.
Facundo Cabral dijo en algunas de sus presentaciones que los hijos de los ricos se hacían políticos por aburrimiento, hoy en día creo que la política ocupa un nuevo espacio
en la farándula y de forma critica están llegando personas con déficit de atención a ocupar los cargos de gobierno.
En algún lugar de todo el universo los reyes siguen siendo quienes a costa de su popularidad toman decisiones que en su criterio (uno lleno de virtudes) llevan a su Estado a un mejor estadio; por lo pronto en la tierra que habitamos los arlequines hacen mejor campaña, son más aplaudidos y en suma saben entretener mejor al público, que aquellos que han estudiado y entienden al Estado. ¿Cuándo se trata de popularidad quién gana? ¿el payaso o el gobernante sabio?
Desprestigiar la política es desprestigiar nuestra esencia y nuestro propio ambiente.
CCC 14:29