La posibilidad de vida en el exoplaneta K2-18b debe tomarse con cautela

Una de las frases más conocidas de Carl Sagan, el astrónomo estadounidense fallecido en 1996, cuya fama llegó en la década de los ochenta del siglo pasado entre otros motivos por la serie de televisión Cosmos, es que “las afirmaciones extraordinarias requieren de pruebas extraordinarias”; lo cual significa que, cuando se afirma algo, y más si ese algo es inusual o se aparta de la norma, se requiere de evidencia científica contundente que respalde aquello que se está afirmando y dando por verdadero.

La ciencia, y desafortunadamente pocas formas de pensamiento lo hacen -si no es que ninguna otra- se basa en el hecho de contrastar con la realidad aquello que se está aseverando, de tal suerte que, si las observaciones que realizamos no coinciden con lo que asumimos como verdadero, lo que afirmamos se descarta.

En cambio, si lo que afirmamos coincide con lo observado, entonces se busca que sea aceptado a través del consenso con otros científicos. Esto se logra a través de más pruebas (más evidencia) que validen o descarten nuestras afirmaciones. Así es como la ciencia avanza y como ha logrado cosechar tantos éxitos.

Todo esto lo traigo a colación porque, hace unos días, un grupo de astrónomos de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) dio a conocer los indicios más fuertes, hasta ahora, de actividad biológica fuera del sistema solar. Sin embargo, este descubrimiento ha generado cierto escepticismo entre algunos integrantes de la comunidad científica.

El sitio donde se habría encontrado dicha actividad es un planeta un poco más pequeño que Neptuno, K2-18b, a 124 años de la Tierra y dos veces y medio más grande que la Tierra.

Los pormenores de la investigación fueron publicados el pasado 17 de abril en la revista The Astrophyisical Journal Letters y se estableció con un 99,7% de certeza la existencia de vida. Sin embargo, la certeza absoluta se debe establecer con el 99,99994 %.

Ahora bien, lo que llevó a los científicos de Cambridge a señalar que en K2-18b podría existir vida es la evidencia que se ha logrado obtener gracias a las observaciones utilizando el telescopio espacial James Webb, el cual halló fuerte presencia de sulfuro de dimetilo (DMS) y disulfuro de dimetilo (DMDS), dos gases que en nuestro planeta son producidos por el fitoplancton marino y por bacterias.

El método utilizado para hallar estas moléculas consiste en analizar la luz producida por la estrella que acompaña a K2-18b, una enana roja que emite una luz muy tenue comparada con la que luz que emite el Sol.

Cuando la luz se filtra a través de la atmósfera del planeta, diferentes compuestos químicos, como el sulfuro de dimetilo, hacen “saber” su presencia a través de la huella que dejan en la luz. Dicha “huella” es, luego, interpretada por los instrumentos a bordo del telescopio James Webb, el cual captura y más tarde envía a la Tierra los resultados.

Mediante esta técnica los científicos pueden conocer la composición química de cualquier estrella o planeta.

El hallazgo de estas dos moléculas en K2-18b resulta en sí mismo asombroso porque los seres humanos hemos alcanzado la suficiente capacidad tecnológica para determinar, con toda precisión, los elementos químicos existentes a años luz de la Tierra, en lejanos mundos que podrían albergar algún tipo de forma de vida.

baf

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