El proyecto Starlink, desarrollado por SpaceX bajo la dirección de Elon Musk, nació con la promesa de llevar Internet satelital a todo el mundo, según detalla el medio Gizmodo. Sin embargo, esa ambición tecnológica está generando un efecto colateral inesperado: cada día, varios de esos satélites regresan a la Tierra en forma de desechos.
Según el astrofísico Jonathan McDowell, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian, “hasta cuatro satélites Starlink reentran cada día en la atmósfera terrestre”, una cifra sin precedentes que, de seguir aumentando, podría tener consecuencias ambientales y tecnológicas graves.
El experto explicó en entrevista con EarthSky que las caídas forman parte del ciclo natural del sistema, pero no todos los aparatos logran desintegrarse por completo. Algunos fragmentos sobreviven al proceso y terminan alcanzando la superficie terrestre.
Duración limitada: cada satélite tiene una vida útil de aproximadamente cinco años.
Reentrada controlada: al final de ese periodo, usa su combustible restante para descender y desintegrarse al entrar en la atmósfera.
Objetivo: evitar la acumulación de “basura espacial” en órbita.
Sin embargo, el proceso no siempre sale como se planea. McDowell advierte que “algunos satélites no se queman por completo y dejan caer fragmentos de aluminio o titanio”, materiales que pueden sobrevivir al impacto.
En 2024, un trozo de unos 2.5 kilogramos cayó sobre una granja en Canadá, lo que encendió las alarmas de la comunidad científica y obligó a SpaceX a reforzar sus protocolos de seguridad.
Más allá de los fragmentos visibles, los científicos alertan de un problema menos evidente pero potencialmente más peligroso: la liberación de nanopartículas de óxido de aluminio durante la desintegración.
Afectar la capa de ozono.
Alterar procesos atmosféricos globales.
Modificar el equilibrio térmico de la atmósfera.
Pero la amenaza no se limita al aire. A medida que crece la cantidad de satélites —ya más de 6,000 en órbita, con la meta de alcanzar 42,000— también aumenta el riesgo de colisiones.
Ese escenario, conocido como síndrome de Kessler, ocurre cuando una colisión genera una nube de fragmentos que provoca más choques en cadena, pudiendo inutilizar órbitas completas y afectar servicios vitales como el GPS, la navegación aérea o las comunicaciones globales.
Materiales más combustibles para facilitar su desintegración.
Sistemas de navegación autónomos para evitar colisiones.
Protocolos de autodestrucción segura.
Aun así, los expertos como McDowell sostienen que el verdadero problema no es solo técnico, sino ambiental y regulatorio.
JZ
