En 2003, Chelsea tenía una liga inglesa y apenas otros diez títulos en su palmarés. Ese año, el magnate ruso Roman Abramovich compró el club y comenzó a inyectar una cantidad dinero suficiente para convertir a un equipo de mitad de tabla en habitual competidor en todos los torneos. La billetera compró trofeos (ya cuenta 6 ligas y otros 16 títulos) y algo más: grandeza. Porque Chelsea dejó de ser un cuadro menor de Londres y hoy a nadie le sorprende que esté en la final del primer Mundial de Clubes bajo el nuevo formato.
Paris Saint-Germain fue fundado en 1970 pero hasta 2013 solo había ganado dos veces la Ligue 1. Su historia dio un vuelco cuando en 2011 el grupo Qatar Investment Authority compró el 70 por ciento de las acciones del club. Llegó Carlo Ancelotti y varios futbolistas de élite. PSG se transformó en un destino posible para los mejores jugadores de Europa, por su acadaulado propietario. En 2025 llegó a 13 ligas ganadas (es el máximo campeón del país) y al fin logró la Champions, la segunda para Francia.
No sorprende que dos equipos como estos sean los primeros finalistas del Mundial. Es una especie de consecuencia natural de esta nueva era del fútbol. La época que comenzó allá por comienzos de los noventa, con la creación de la Premier League y de la Champions. Que se afianzó con la Ley Bosman. Vivimos el tiempo de la prepotencia del dinero.
Hace no mucho, nadie podría haber imaginado una definición entre estos dos rivales en un campeonato como este. Estaba reservado a los gigantes históricos: Real Madrid, Barcelona, Manchester United, AC Milan, Juventus, Bayern Munich… pero mientras algunos de estos clubes cayeron en pozos del que no logran salir, otros utilizaron su poderío económico para algo más que vivir un éxito fugaz.
PSG y Chelsea llegaron para quedarse. La visión del mundo del fútbol sobre ellos ya cambió de forma definitiva. No solo ganaron todo lo que se puede ganar, sino también experimentaron un crecimiento social. Los éxitos les permitieron sumar hinchas. Y no solo en Inglaterra y Francia, sino en el resto del mundo. El domingo el estadio MetLife estará repleto de fanáticos y la gran mayoría serán extranjeros. Sí, su relación con el club es diferente, menos cercana. Pero su amor tal vez sea el mismo.
Entonces, buenos jugadores, infraestructura, títulos, hinchas. ¿De qué otra cosa está hecha la grandeza de un club de fútbol? Los finalistas del Mundial cumplen con todas las cualidades para ser considerados grandes. Salvo una, que tiene un enorme peso. La historia. Los nostálgicos miran las Copas Intercontinentales de los sesenta, setenta y ochenta y comprende lo lejos que estaban ambos equipos de aquellas batallas. Da cierta pena que los protagonistas del torneo antecesor a este no sean también quienes definan hoy.
Pero todo cambia y el fútbol también. PSG hoy es el equipo que mejor juega y muchos ya lo ubican como uno de los más lujosos de todos los tiempos. No necesitó Luis Enrique de un pasado glorioso para formar un equipo que honre el juego. Eso también es un rasgo de grandeza. Brindarse por el espectáculo, dejar en los espectadores una sensación de goce.
Se viene una final moderna de un torneo moderno. En un país que vive el fútbol de manera muy diferente a la de los sudamericanos y europeos, dos representantes de esta época buscarán el primer título del mundo (bajo el nuevo formato). Quien se quede con el trofeo ganará un premio a su vertiginoso crecimiento y también dará un paso más hacia el olimpo.
Con información de: ESPN México
WA