Los tentáculos de los pulpos actúan como si tuvieran su propio “cerebro”

Los pulpos han fascinado a la humanidad durante siglos. Su inteligencia, la capacidad para cambiar de color y textura al instante, y sus habilidades escapistas son solo algunas de las características que los han convertido en criaturas casi míticas. Sin embargo, hay un secreto escondido en cada uno de sus ocho tentáculos que añade una nueva capa de asombro a su enigmática biología. Un reciente estudio científico ha revelado detalles fascinantes sobre el sistema nervioso de estas criaturas, descubriendo cómo cada tentáculo actúa casi como una entidad independiente, dotada de una complejidad que desafía toda comparación en el reino animal.

La clave para entender esta autonomía radica en el llamado cordón nervioso axial, que recorre el interior de cada extremidad. A diferencia de los vertebrados, cuyo control motor está centralizado en el cerebro y la médula espinal, los pulpos han desarrollado un sistema nervioso distribuido. Más de dos tercios de sus 500 millones de neuronas están repartidos entre sus tentáculos, otorgándoles la capacidad de operar de manera independiente.

El estudio más reciente, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Chicago, ha profundizado en la estructura segmentada de este cordón nervioso. Este descubrimiento ha revelado que cada segmento actúa como un “centro de control” local, encargado de procesar información sensorial y ejecutar movimientos de manera autónoma. De esta forma, una extremidad puede explorar el fondo marino mientras otro manipula un objeto, todo sin la intervención directa del cerebro central.

El diseño segmentado del sistema nervioso del pulpo es un ejemplo magistral de cómo la evolución puede optimizar una función compleja. Cada segmento del cordón nervioso axial está conectado a un grupo específico de músculos y ventosas, permitiendo un control preciso sobre estas estructuras. Las ventosas, por su parte, no solo cumplen una función de agarre, sino que también actúan como sensores químicos y táctiles, permitiendo al pulpo “oler” y “saborear” lo que toca. Esta capacidad es esencial para su estilo de vida exploratorio y su habilidad para cazar en entornos oscuros o turbios.

El estudio también encontró un sorprendente “mapa nervioso” dentro de cada tentáculo, que organiza las conexiones entre las ventosas y el cordón nervioso axial. Este mapa permite al pulpo coordinar movimientos increíblemente complejos, como pasar un objeto de una ventosa a otra, o explorar una grieta estrecha en busca de alimento. Todo esto ocurre sin la supervisión constante del cerebro, liberando a este último para procesar información más global y estratégica.

Para entender mejor cómo surgió este sistema, los investigadores compararon los tentáculos de los pulpos con las estructuras nerviosas de los calamares, parientes cercanos que se separaron de los pulpos hace más de 270 millones de años. Aunque ambos comparten ciertas similitudes, como la segmentación en las partes de sus apéndices equipadas con ventosas, los calamares carecen de esta complejidad en los tentáculos que usan para capturar presas en aguas abiertas. Esto sugiere que la segmentación es una adaptación evolutiva directamente relacionada con la necesidad de controlar movimientos precisos y complejos en los apéndices con ventosas.

En los calamares, los tentáculos se utilizan principalmente para cazar en mar abierto, y la coordinación de sus movimientos depende más de señales provenientes del cerebro central. Por otro lado, los pulpos, que habitan en el fondo marino, requieren un control mucho más detallado para explorar su entorno y manipular objetos. Esta diferencia en la arquitectura nerviosa refleja cómo las presiones evolutivas moldearon sus sistemas para adaptarse a sus respectivos nichos ecológicos.

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