Mis preguntas finales Las estatuas deben caer

Por: Guillermo Calderón

Solo es una reflexión que pretende impulsar el

mundo de las ideas, los valores y las actitudes.

No ha sido fácil la construcción social en nuestro país. En ningún lado lo ha sido. En general, no es fácil; construir una comunidad tan grande y extensa como la mexiquense menos. La política se ha encargado de complicarlo todo. En el caso de nuestra entidad, resulta especialmente peculiar, la arquitectura en la cual se pretende plantar el origen de la unidad y cohesión social mexiquense; porque, alrededor de ella y desde hace ya, casi cien años, siempre sale a relucir, un selecto grupo político que se le conoce como Grupo Atlacomulco, origen del priismo mexiquense.

Aunque, existen diversos estudios y tratados de periodistas y académicos que hablan sobre la inexistencia de dicha organización; su vigencia, puede estar entre quienes cumplan ciertos requisitos: contar con un apellido de abolengo, formar parte del club de amigos del momento y cumplir con los objetivos para lo que fue creada aquella organización élite: garantizar la continuidad; adquirir poder (económico y político) e impedir, a como dé lugar, la alternancia en el monopolio del gobierno estatal.

Como decía al principio, la cohesión y la unidad mexiquense, ha rondado dentro de ese mismo círculo, a partir del cual, se crea un poderoso recurso retórico e ideológico, que consistía en proclamar, para unos cuantos mexiquenses, la paternidad de todas las instituciones públicas del país y del Estado de México. Intentaron, durante muchas décadas, hacernos creer que el PRI, fue único

diseñador, ideólogo y estructuralistas de todas las instituciones públicas que conocemos, sin el menor rasgo de participación ciudadana.

Se encargaron de que lo supiéramos, lo recordáramos y hasta los idolatráramos, para eso se hicieron sus estatuas. Desde un profesor normalista en Atlacomulco, que, a partir de un modesto sueldo de maestro rural; pero, con una brillante capacidad empresarial, logró amasar una gran fortuna, como para crear bancos, casas de apuestas, constructoras, grandes ranchos productivos, desarrollos turísticos en muchas partes de México y más. Desde luego todo con el sudor de su frente, después de haber sido presidente municipal, diputado, gobernador y secretario del Gobierno Federal.

Irguieron otras estatuas, también, de más de funcionarios públicos. De los que podemos decir que se pagó su sueldo con impuestos del pueblo, para que hicieran bien su trabajo, sin ninguna otra condición que no fuera esa. En cambio, y a pesar de sus estatuas, hubo quienes se dedicaron a construir redes de favores con el propósito de trascender, política y económicamente por generaciones enteras.

Ahora el primero de ellos, ocupa un espacio de 3500 metros cuadrados en la vía principal de acceso a la ciudad de Toluca, en avenida Tollocan. De acuerdo con su descripción, es un monumento de tres metros de altura, para el tutor de la clase política mexiquense, flanqueado por dos muros monumentales, tres plazoletas y dos amplios jardines. Compartiendo escenografía, con la estatua del caudillo del sur, Emiliano Zapata.

Durante ese largo proceso de construcción social, en manos del Grupo Atlacomulco, la participación ciudadanía era solo de observación. Pero todo cambio cuando los mexiquenses encontramos que, desde allí, desde la participación ciudadana;

también, es posible construir derechos e imponer topes mínimos de responsabilidad para quienes las tienen. Todo estuvo, en consolidar esa práctica y extenderla a lo largo del territorio. Después de eso, los mexiquenses nos hemos encargado personalmente, de lo que nos preocupa y nos interesa como sociedad. También hemos logrado, a través de nuestros sufragios, desechar lo que ya no nos es útil. La participación ciudadana, ahora no solo es un derecho, es un deber.

No requerimos de más símbolos que nada simbolizan. Menos los que no nos representan ni aquellos que hacen alusión a lo que no, nos pertenece. Aquellas estatuas de objeto de culto por quienes están obligados a hacerlo; no son nuestros héroes. No corresponden a nuestra realidad. Menos a la realidad de un sencillo maestro rural que termina siendo multimillonario. Ningún maestro rural acuñaría en estos tiempos, una frase tan reveladora y lapidaria como la expresada por el líder del Grupo Atlacomulco, “un político pobre, es un pobre político”.

Las estatuas deben de caer. La rebelión, en sentido positivo contra los símbolos que no simbolizan nada, está en nuestro voto del próximo 4 de junio. Los monumentos son necesarios para honrar los mejores eventos de la historia de Estado de México, no para avergonzarnos de ellos. También, son útiles para reflexionar sobre lo que nos hace falta como sociedad y consolidar nuestra identidad.

Las estatuas son buenas para contar nuestra historia, pero no la historia que nos demerita; ni contar la de personajes que injustamente lograron lo que no les correspondía por derecho propio y de quienes nos supieron honrar a su Estado, que les permitió llegar hasta donde lo hicieron.

Ahora, mis preguntas finales, respecto a las estatuas, ¿habrá espacio para erguir una de Alito, cerca del Rancho de la Palma? ¿Qué estatuas faltan por erguirse en el Estado de México?

Hasta aquí con una más de: Mis preguntas finales, nos leemos en la próxima.

Guillermo Calderón Vega. Profesor Universitario, abogado, exfuncionario público, Experto en operación, negociación y concertación política. Twitter: @gmo_calderon / Facebook e Instagram: Guillermo Calderon Vega

smr 10:53

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