Por: Guillermo Calderón.
Solo es una reflexión que pretende impulsar el
mundo de las ideas, los valores y las actitudes.
Se calcula que seiscientos millones de personas hablamos español en todo el mundo. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), se han identificado más de cien mil palabras que se usan en nuestro idioma. Hay 22 de países cuya lengua oficial es el español. Es el nuestro, un idioma que convive con infinidad de dialectos y variados lenguajes, pero también se destaca por ser uno de los más ricos, debido a la gran cantidad de palabras y términos recogidos actualmente en el diccionario de la RAE.
El español, como cualquier otro idioma, es un símbolo por excelencia de la civilización humana y la herramienta más adecuada para conectar a personas, comunidades y economías entre sí. Ahora, hay que reconocerlo, nuestro idioma está en una verdadera crisis y adentrándose -peligrosamente- al desuso que amenaza con dejarlo en solo huesos.
La reducción del idioma camina a pasos agigantados, especialmente entre los jóvenes. Esta situación ya acarrea gravísimos problemas porque impactan directamente en el entendimiento y la compresión social de todo lo que se encuentra a su alrededor, incluyendo a su círculo más cercano, la familia.
Este problema silencioso de pobreza en el vocabulario es de tal calibre qué; por ejemplo, para hacerse entender en México, los jóvenes escasamente utilizan 300 palabras, de las cuales, cuando menos, ochenta de ellas son groserías y de las restantes -220
palabras- hacen uso de figuras digitales (emoticones), cuando menos en 40 de ellas.
Si tomamos en cuenta lo anterior y lo comparamos con una persona culta (con estudios especializados y amplios), esta última, puede llegar a utilizar, cerca de tres mil palabras en una conversación; tal situación nos da luz sobre el grave daño que está ocasionando el proceso de deterioro del lenguaje. A ello, contribuyen los escasos niveles de lectura y los medios de comunicación, cuya dotación lingüística, también es igual de pobre.
Uno de los espacios que los jóvenes utilizan como registro formal del habla, son las canciones; por ejemplo, el reguetón en donde -si bien les va- solo utilizan treinta palabras incluidas, una dotación de groserías y frases antivalores.
En el país y en particular en el Estado de México, es urgente recuperar nuestro idioma, antes que hablar de política, porque la pérdida de lenguaje atenta contra nuestra capacidad de raciocinio y nuestro libre albedrío; por lo tanto, atenta contra nuestras libertades. Porque cuando se nos reduce el lenguaje se nos reduce la capacidad de reflexión y de pensamiento.
Los políticos no le apuestan a que los jóvenes mejoren su lenguaje. Primero, porque serian ellos quienes destruirían sus discursos manipuladores y segundo; porque, tendrían un alto costo que pagar, por ello; le apuestan más bien a que les falten las palabras, para que dialoguen menos y pidan aún menos cosas. Ellos saben que, cuando a un joven le faltan las palabras, también les faltan las ideas, por lo tanto, existen menos temas que conversar con ellos.
Al trasladar este grave problema de perdida del lenguaje hacia las familias, se ve cómo se afecta por igual a toda la sociedad. Ahora existen jóvenes padres que se dirigen sus hijos -niños o
adolescentes- con un lenguaje vulgar y soez, como un signo de sofisticación y de una falsa relación de amigos, al intentar educarlos. No se dan cuentan que lo único que hacen es mostrarles un entorno reducido de la vida, lo que provoca que su personalidad cambie por completo; lo único que se logra con ello, es formar a jóvenes menos pensantes y proactivos ante las dificultades del día a día.
Los hijos sometidos a constantes expresiones grotescas, como son las groserías, serán personas a quienes les cueste más trabajo, encontrar palabras que los alienten a progresar y a desarrollarse adecuadamente y peor será, si dentro de su vocabulario no hay muchas palabras que signifiquen amor, honestidad o felicidad. Será más frecuente y común escuchar a los jóvenes decirnos: no sé cómo decírtelo.
El problema grave y complejo que se presenta cuando se empobrece el lenguaje, es esa socialización y normalización del lenguaje vulgar y de los antivalores. Cuando una sociedad se hace entender con tan pocas palabras -incluyendo la zafiedad- desciende en su categoría de civilidad. Cuando se adelgaza el vocabulario se afecta la autoestima de las personas y se reprime su valor humano.
No estoy hablando de que todos, deban de ser personas cultas, por lo contrario, estoy hablando de la pérdida de la capacidad para comunicarnos mejor y de cómo es pertinente recuperar nuestro lenguaje, como principio de vida humana. Para que siga siendo este, la fuente de nuestros valores individuales y colectivos que mejor nos describan como sociedad civilizada.
Ahora, mis preguntas finales: sobre la pérdida del lenguaje ¿A quién le conviene que se siga perdiendo el lenguaje entre los jóvenes? ¿Cuándo se discutirá lo verdaderamente importante, antes que la política? ¿Quién nos defenderá de la pérdida del lenguaje?
Hasta aquí con una más de: Mis preguntas finales, nos leemos en la próxima.
Guillermo Calderón Vega. Profesor Universitario, abogado, exfuncionario público, Experto en operación, negociación y concertación política. Twitter: @gmo_calderon / Facebook e Instagram: Guillermo Calderon Vega.
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