por Mtra. Nuria Gabriela Hernández Abarca
Cuando no quieres darte cuenta de una realidad cierras los ojos, o te tapas los oídos, o empiezas a gritar tan fuerte que no escuchas lo que pasa a tu alrededor, o te echas a correr y dejas al interlocutor parado sin poder tener la oportunidad de expresar lo que te quiere decir, o simple y sencillamente ignoras todo y esperas que como por arte de magia las cosas desaparezcan.
Todo depende de tu nivel de compromiso, tolerancia o empatía que tengas hacia la persona que está frente a ti, o si te importa el tema, o si te conviene que te importe, o simplemente por qué quieres escuchar o también puede que no tengas ganas de hacerlo.
Todas son hipótesis que se quedan en eso, cuando del Estado hablamos frente a la violencia, no importa de qué tipo o quien la viva, VIOLENCIA ES VIOLENCIA y a todas y a todos nos debería de preocupar, sobre todo cuando vivimos en una sociedad que a golpe de realidad y palabra, esta cada vez más polarizada, esta cada vez más indolente al dolor de la otra o el otro y está cada vez más acostumbrada a que el dolor de la persona de enfrente, al no ser tu dolor, no te debe de importar por que a parte de eso, no tendrá una sanción clara así que mejor lo dejas pasar de frente.
La pandemia pareciera que ha dejado no solo dolor en el cuerpo, y estragos en una sociedad que ha perdido a miles de personas por este virus, también parece que ha dejado daños irreparables en el alma, en los sentimientos y en la empatía, que hizo estragos irreparables en lo seres humanos, porque si antes, existía la violencia al interior de los hogares y en la comunidad, hoy después de la pandemia esta violencia parece que fuera la olla exprés que se destapa después de un largo encierro.
Dos realidades veremos en estas últimas dos semanas, por un lado, la manifestación clara de la masculinidad violenta, exacerbada en el hombre mexicano, que se mata a golpes por un equipo de fútbol y que defenderá a toda costa su frágil masculinidad expuesta, frente al enemigo que patea mejor un balón de futbol, aunada a esta realidad, vemos a una sociedad que la
mercadotecnia del fútbol es su ingreso y su fuente de riqueza, tratando de minimizar lo que ese hecho dice de fondo.
No se trata del fútbol ni lo que paso en esa cancha, se trata de lo que todos esos hombres jóvenes y adultos pueden hacerse entre ellos, sin temor alguno a la ley, ni a su conciencia, se trata de cómo los niños que vieron a sus iguales, aprenden el cómo los hombre pueden relacionarse entre sí, y cómo deben defender su supuesta hombría tapada con los colores de un equipo de fútbol.
Por el otro lado, tenemos la clara manifestación del silencio y la invisibilización de las causas feministas, que, al contrario de la anterior realidad, el movimiento feminista promueve y exige el garantizar la vida de las demás, la de sus iguales, no por un color, sino por el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia, realidad alejada de lo que los hombre en pantaloncillos cortos que vimos en la trifulca, repiten día a día a sus hogares.
Esos hombres no fueron violentos solo ese día, no reaccionaron con ira por ese momento, ellos, son así todos los días; con los otros que son sus pares, y mucho más con quienes no lo son.
Ante la visibilización de los dos temas, tenemos un factor en común; la violencia en el partido celebrado en Querétaro y la violencia que denuncian las colectivas feministas, están relacionadas con las masculinidades violentas y el silencio que la sociedad y el estado arrojan para arropar dicha conductas.
A diferencia del estadio de fútbol donde no se veían elementos de seguridad para hacer frente a tal manifestación de violencia, las calles de la ciudad de México y tristemente de Morelia, están resguardadas ferozmente con vallas metálicas que hablan del miedo que se tiene a que las mujeres se organicen y levanten la mano para exigir solamente y sencillamente sus derechos, del miedo que tienen de que se les refresque la memoria a las y los demás, sobre el número de mujeres asesinadas todos los días en este México indolente, número que asciende a por o menos 11.
Ambas estampas quedarán grabadas en la mente de muchas personas, entre ellas niñas y niños, a los cuales no se les podrá explicar con argumentos, porqué la defensa de la vida de las mujeres es un riesgo latente al que hay que
frenar con metal y silencio, y porqué la defensa de la masculinidad violenta y criminal debe ser amparada, tolerada y justificada por el estado y la sociedad que no ve que el destino y el futuro de todas y de todos, depende de estas dos abismales puntos de vista.
Por lo pronto, una ves más, las mujeres serán las que acuerpen a las otras mujeres para exigir sus derechos, las que nos recordarán a todas que, aún la desigualdad por el hecho de ser mujeres es una realidad y que la resistencia ayer, hoy y pareciera que siempre, tendrá rostro de mujer…