La vida pública de una ciudad no cambia por decreto. Tampoco mejora solo con estructuras más complejas o leyes más modernas. Cambia cuando lo hacemos las personas. Porque la solución —aunque suene menos espectacular— nunca está en las estructuras, sino en nosotros.
Es fácil voltear a ver al gobierno y exigirle todo. Pero el intervencionismo estatal llega tan lejos como se lo permite la irresponsabilidad ciudadana. Cuando dejamos de involucrarnos en los asuntos comunes, cuando renunciamos a participar, a cuestionar, a proponer o incluso a cuidar, cedemos espacios que luego reclamamos vacíos.
Hoy, más que nunca, necesitamos una actitud distinta: una que fomente la responsabilidad de las personas y las comunidades en la orientación de la vida política. No hablo de partidos ni de elecciones. Hablo de ese civismo práctico que se ejerce todos los días: al respetar una fila, al limpiar una banqueta, al escuchar a otro con respeto, al organizarse para resolver algo en la colonia.
Hay que concederle relevancia pública a las virtudes ciudadanas. La honestidad, la solidaridad, la paciencia, el sentido de justicia, la paz: valores que parecen simples, pero que sostienen la convivencia. Sin ellos, ninguna ley basta ni esfuerzo gubernamental basta.
Claro que hacen falta instituciones sólidas, que funcionen con eficacia y transparencia. Pero también que sepan transformar las desazones del desencanto en potencialidades constructivas. A pesar de la sensación de pesimismo y derrota que parece cernirse en muchos ambientes, hoy debemos tener la capacidad de despertar la fuerza y vigor que aún existen contenidos en la ciudadanía.
Sí, mover a nuestros vecinos que solo reclaman, para que ahora propongan. Motivar e impactar a los jóvenes para que, en lugar de criticar todo, formen parte del cambio. Encontrar las coincidencias que nos permitan adquirir nuevas metas colectivas.
Reconducir una ciudad a su verdadera vía política presupone hombres y mujeres buenos. No perfectos, pero sí dispuestos a comprometerse. Porque las ciudades no se reconstruyen desde arriba ni desde fuera. Se reconstruyen desde dentro, cuando las personas decidimos volver a creer, a participar… a cambiar !
baf