por Alejandro Carrillo Lázaro
Aún no se olvidan las filas que existían el pasado 1 de julio del 2018 para llegar a las urnas y depositar el voto que terminaría dándole a Andrés Manuel López Obrador el sueño tan anhelado de convertirse en el primer mandatario de este país, en el jefe supremo de las fuerzas armadas, mote que ha utilizado con gran frecuencia en muchas de sus ruedas de prensa. Aquel domingo primero del mes de julio y última fecha que sería utilizado el mes séptimo para sufragar en este país, la sensación fue de un vuelco ciudadano, más cuando al finalizar la jornada ese mismo día acudirían felices al zócalo capitalino miles de ciudadanos que respaldarían el inicio de la trasformación prometida, que en un porcentaje lograba casi el 53% de la preferencia electoral y que en números fríos se convertían en 24 millones 127 mil votos.
No solo se logró acaparar una legitimidad de un nuevo gobierno, sino que además se podía observar la felicidad que embargaba tanto a ciudadanos como a los grandes críticos de los gobiernos. Andrés Manuel López Obrador recogía de la población la sed de justicia, la necesidad de la transparencia, la exigencia del buen gobierno incorruptible, la petición cansada por pacificar el país y sobre todo la promesa de hacer frente a la pobreza, pues en ese concepto se basaba la campaña.
Pero los números son fríos y muestran cosas curiosas cuando se observan detenidamente, si hubo un vuelco ciudadano para elegir al presidente del 2018, en ello se regodean los que forman parte de ese color, pero ¿Cuál fue la participación ciudadana que le otorgo esa confianza? Un 63% del electorado con un .4% que será muy importante entender. El presidente del pueblo que no ha logrado generar un sistema de salud como el que se oferta en Dinamarca, menos cuando una niña muere en uno de los elevadores de una unidad médica del IMSS y cuando la justicia ciega detiene al camillero que la trasportaba (como si detuvieran al conductor del metro de la línea 12 que cayó en la ciudad de México), ese presidente del pueblo bueno no logro aumentar la emoción ciudadana para elegirlo, ese 63% fue el mismo 63% que terminaría votando en el 2012
y eligiera a Enrique Peña Nieto como presidente, la diferencia es de .3% de nuevos votantes en cuanto a porcentajes se refiere.
Ahora que las corcholatas y los taparroscas de ambos frentes políticos están evadiendo la norma constitucional y hacen campaña de forma abierta y por lo tanto cínica: tienen el único propósito de hacer que ese 63 porciento mueva su preferencia hacia uno u otro. No se busca acaparar nuevos votos, tampoco acercarse a los que a su juicio ningún político ha merecido su respaldo y confianza de forma histórica. La política fue en algún tiempo la acción del ser humano que se entregaba al servicio público, hoy la política es un juego en donde la fortuna a veces interviene, pero donde la trampa es un lujo económico. ¿para que quieren el poder? Esa es la pregunta que el ciudadano debe de hacer.
Eppur si muove
smr 14:30