omo sucede desde 1992, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) votó, por mayoría contundente, en contra del ilegal bloqueo económico, financiero y comercial que Estados Unidos mantiene sobre Cuba desde hace 65 años, y las naciones en ella representadas exigieron, una vez más, que la Casa Blanca lo cancele de inmediato y sin condición alguna y cese su permanente agresión contra el pueblo y gobierno de la mayor de las Antillas.
En esta ocasión, 165 de las naciones asistentes a la Asamblea General (90 por ciento del total) refrendaron su exigencia de poner fin al bloqueo y el cese de hostilidades contra la isla. En cambio, siete de ellas (obviamente Estados Unidos, más sus entenados Israel, Argentina, Hungría, Macedonia del Norte, Paraguay y Ucrania) votaron en contra y 12 se abstuvieron.
Para entender la evolución del rechazo de la comunidad de naciones al bloqueo a Cuba, hay que mencionar que en la primera resolución sobre este particular, la de 1992, 59 países votaron a favor de su cancelación, 71 se abstuvieron y sólo Estados Unidos, Israel y Rumania se pronunciaron en contra.
En 2016, bajo la presidencia de Barack Obama, se registró el único caso en el que Estados Unidos no se pronunció abiertamente en contra (se abstuvo). El 17 de diciembre de 2014 este mandatario anunció que “en los cambios más significativos en nuestra política en más de 50 años, pondremos fin a un enfoque caduco, que no ha funcionado y que, durante décadas, ha fracasado en hacer avanzar nuestros intereses y, en su lugar, empezaremos a normalizar las relaciones entre nuestros dos países. Es hora de tomar una nueva ruta. Por medio de estos cambios, tenemos la intención de crear más oportunidades para los pueblos estadunidense y cubano, e iniciar un nuevo capítulo entre las naciones de las Américas”, y anunció el “deshielo” de las relaciones con Cuba. Sin embargo, mantuvo el bloqueo, aunque él mismo reconoció que podía levantarlo “mediante el uso de mi autoridad ejecutiva, sin necesidad de la aprobación del Congreso”.
Pero dos años después, Donald Trump por primera vez se instaló en la Casa Blanca y de inmediato todo lo volvió a “congelar”, aplicando mayor presión en contra de la mayor de las Antillas. No se diga en su segundo mandato.
Por ello, no es gratuita la acusación de la delegación cubana ante la ONU: “El gobierno de Estados Unidos no conoce otra forma para justificar su política hostil contra Cuba que recurrir a constantes mentiras; todos sabemos que es un mentiroso patológico. No engaña a nadie: es claro que no le preocupa en lo más mínimo la suerte de nuestro pueblo ni sus derechos humanos, que el bloqueo socava como nada más lo hace. Con total cinismo pretende culpar a nuestro gobierno para desviar la atención de los efectos integrales de su sostenida política de asfixia. Nadie puede dudar de la capacidad de Estados Unidos para golpear la estabilidad económica de cualquier país; en nuestro caso, por más de 60 años. No tiene autoridad moral alguna para dar lecciones en derechos humanos, ni a Cuba ni a nadie. El gobierno de ese país es responsable de ejecuciones extrajudiciales, secuestros y torturas. Caza y encierra a los inmigrantes, militariza grandes ciudades, censura a medios y periodistas. No tiene ni escrúpulos ni ética alguna para lograr sus intereses geoestratégicos”.
Y el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez, denunció que “en las últimas semanas ha sido brutal e inédito el despliegue de presiones, intimidación y toxicidad del Departamento de Estado, a escala planetaria, para forzar a estados soberanos a cambiar su voto sobre la resolución que adoptamos hoy. Han empleado todas sus armas y artimañas, en especial la coerción”. Y para dimensionar el golpe económico por el bloqueo, el canciller detalló: “Sólo entre el 1º de marzo de 2024 y el 28 de febrero pasado, causó a Cuba unos 7 mil 556 millones de dólares en daños y perjuicios materiales. Es un impacto similar al PIB nominal de al menos 30 de los países aquí representados. Y los daños se expresan no sólo en números y daños materiales, sino en la vida cotidiana de nuestros compatriotas: ninguna persona, familia o sector escapa a sus efectos cotidianos y devastadores”.
Treinta y tres años consecutivos de rechazo, y Estados Unidos, lejos de reconsiderar su primitiva imposición, se aferra a sus políticas imperiales.
JZ
