En los 15 años que Sean Dukelow lleva tratando a pacientes con ictus, o accidentes cerebrovasculares, en el Hospital Foothills de Calgary, Canadá, solo ha podido ofrecerles una herramienta de eficacia probada: la neurorrehabilitación. Se ha demostrado que realizar las mismas acciones una y otra vez en logopedia, fisioterapia y terapia ocupacional aprovecha la plasticidad natural del cerebro, lo que conduce al crecimiento neuronal y a nuevas conexiones. “Va a haber mucha repetición”, les advierte a sus pacientes.
Aparte de eso, las terapias para impulsar la recuperación a largo plazo son escasas y se limitan a implantes invasivos que estimulan el nervio vago o la médula espinal. Ahora, los neurólogos se apresuran a encontrar la primera sustancia o dispositivo que pueda engrasar las ruedas de la curación: un impulso turbo para la recuperación cerebral. “Ese impulso turbo puede ser la diferencia entre volver a andar, volver a hablar, poder volver a casa o tener que ir a una residencia de cuidados”, dijo Dukelow.
Entre los contendientes prometedores se encuentran la estimulación magnética transcraneal, las pastillas antidepresivas y los psicodélicos, terapias más conocidas para tratar enfermedades como la depresión, el trastorno de estrés postraumático y el trastorno obsesivo-compulsivo. En psiquiatría, se cree que estos métodos engañan a los circuitos que subyacen a la memoria y el aprendizaje, los mismos circuitos que se plantea que animan la recuperación del ictus.
La esperanza es que, además de cambiar las viejas prácticas de pensamiento, estas terapias puedan ayudar al cerebro a encontrar formas diferentes de hacer las cosas que solía hacer —permitirnos andar, hablar, recordar— al crear nuevos caminos alrededor de las neuronas muertas y dañadas. Pero, ¿pueden las terapias utilizadas para restablecer un cerebro desordenado ayudar también a reparar uno dañado? Esto es lo que saben los científicos.
JZ