Decenas de miles de manifestantes llenaron las calles de la capital neozelandesa de Wellington, una multitud con banderas en alto que recordaba a un festival o un desfile más que a una protesta. Los manifestantes acudieron para oponerse a una ley que reformaría el tratado fundacional del país entre los indígenas maoríes y la corona británica. Pero para muchos se trataba de algo más: una celebración de un resurgimiento del idioma e identidad indígenas que la colonización casi destruyó alguna vez.
“Luchando por los derechos por los que lucharon nuestros tūpuna, nuestros ancestros”, dijo Shanell Bob mientras aguardaba a que la marcha comenzara. “Estamos luchando por nuestros tamariki, por nuestros mokopuna, para que puedan tener lo que nosotros no hemos podido tener”, añadió, utilizando las palabras maoríes para niños y nietos.
La que probablemente fue la protesta más grande del país en apoyo a los derechos maoríes —un tema que ha ocupado a la Nueva Zelanda moderna durante gran parte de su corta historia— siguió a una larga tradición de marchas pacíficas a lo largo de la nación que han marcado puntos de inflexión en su historia.
“¡Vamos a dar un paseo!”, proclamó un organizador desde el escenario mientras las multitudes se reunían en el extremo opuesto de la ciudad al sitio donde está el parlamento. Algunos habían viajado a lo largo del país durante los últimos nueve días.