El paso del cometa 3I/ATLAS por el sistema solar está poniendo de nuevo el foco sobre los enigmas del cosmos y las teorías sobre vida inteligente fuera de la Tierra. Detectado el 1 de julio de 2025, este cometa ya figura en la muy breve pero llamativa lista de objetos interestelares identificados por el ser humano, junto a ‘Oumuamua’ y 2I/Borisov. El gigantesco tamaño de 3I/ATLAS, su enorme masa, su recorrido y su composición química han sacudido tanto la comunidad científica como la imaginación colectiva, especialmente tras las sugerencias del astrofísico Avi Loeb, quien plantea la posibilidad de que pueda tratarse de un artefacto de origen tecnológico alienígena.
La detección de este visitante cósmico ha sido posible por la tecnología del Observatorio Rubin, equipado con la mayor cámara digital jamás construida para astronomía. Desde el desierto de Atacama, la combinación de la localización y esos 3,2 gigapíxeles permite a los astrónomos captar con regularidad cuerpos lejanos y fugaces en los límites del sistema solar. El hallazgo de 3I/ATLAS se confirmó gracias al trabajo coordinado de más de 200 observatorios, dando pie a un seguimiento detallado de su trayecto y de cada uno de sus parámetros.
La información reunida hasta el momento revela que 3I/ATLAS es muy distinto de lo conocido hasta ahora: una masa de más de 33.000 millones de toneladas y un núcleo sólido de al menos 5 kilómetros de diámetro. Todo ello acompañado de una velocidad típica para un objeto interestelar – unos 210.000 km/h – y una órbita hiperbólica que confirma que no está sujeto a la gravedad del Sol. A esto se suma un rasgo químico poco común, con una proporción muy elevada de dióxido de carbono frente al agua en su composición, circunstancia rara entre los cometas habituales. El recorrido de 3I/ATLAS también ha dado de qué hablar: su trayectoria lo acerca a Júpiter, Marte y Venus, marcando una distancia mínima con Marte de solo 2,7 millones de kilómetros, todo un caso de “ajuste extraordinario de la trayectoria”, como lo califican algunos autores por la probabilidad ínfima de que suceda.
En su aproximación al Sol no han faltado sorpresas. Astrónomos detectaron un aumento en el brillo del cometa en la franja verde del espectro visible, un fenómeno atribuido a la generación de gases como el carbono diatómico (C2) activados por la radiación solar, lo que permite profundizar en el estudio químico del objeto. Septiembre de 2025 dejó la imagen de un resplandor verde inusual en el cometa, cuya causa concreta sigue estudiándose, ya que los registros previos no daban muestras claras de dicarbono. Durante la primera semana de octubre, varias sondas marcianas, como la Mars Reconnaissance Orbiter y las misiones europeas Mars Express y ExoMars, seguirán el paso cercano del cometa para acumular más información. Después, la misión Juice, centrada en las lunas heladas de Júpiter, tendrá a 3I/ATLAS en el objetivo durante noviembre.
La hipótesis de Avi Loeb ha añadido un toque disruptivo a la conversación: “La hipótesis que se plantea es que 3I/ATLAS es un artefacto tecnológico y, además, que tiene inteligencia activa. Si ese es el caso, se abren dos posibilidades: que sus intenciones sean absolutamente benignas o malignas”, resumió Loeb junto a sus colaboradores. Sus argumentos van desde la coincidencia espacial entre la trayectoria de 3I/ATLAS y la dirección de la histórica Señal Wow! detectada en 1977, hasta la baja aceleración no gravitatoria, cierto “alineamiento orbital preciso” y la presencia de níquel sin hierro, que asocia a posibles aleaciones industriales. Loeb tampoco descarta que la coincidencia de la posición del cometa en el cielo con la Señal Wow! – separadas solo por unos pocos grados en el cielo – pueda ser algo más que casualidad. Hasta ahora, ningún radiotelescopio ha detectado señales de radio procedentes del objeto.
Según Loeb, la “Señal Wow!” llamó la atención de los astrónomos cuando se detectó exactamente en una zona concreta del cielo: a la altura de la Ascensión Recta 19h25m (291 grados) y Declinación -27 grados. En esa misma época, el 12 de agosto de 1977, el objeto interestelar 3I/ATLAS se encontraba bastante cerca de esa región, a unos 600 veces la distancia entre la Tierra y el Sol, es decir, a unos tres días de viaje a la velocidad de la luz. Su posición era Ascensión Recta 19h40m (295 grados) y Declinación -19 grados. Esa cercanía angular entre ambas posiciones – con solo unos pocos grados de diferencia – es poco habitual y la probabilidad de que sea azarosa es, según el astrónomo, de 0,006.
Esto llevó a algunos científicos a plantearse si la señal pudo tener su origen en 3I/ATLAS. Para alcanzar la intensidad con la que se recibió la “Señal Wow!”, la fuente habría necesitado una potencia de entre 0,5 y 2 gigavatios, similar a la de una central nuclear. La señal se recibió en una frecuencia muy precisa, la de la línea del hidrógeno, aunque desplazada ligeramente hacia el azul. Ese desplazamiento indica que la fuente se acercaba a la Tierra, a una velocidad inferior a la de 3I/ATLAS moviéndose hacia el Sol, pero de un orden de magnitud parecido. Estaría interesante, claro, y aunque todo esto resulta curioso, las coincidencias no bastan para confirmar ninguna relación directa entre 3I/ATLAS y la famosa señal. Ni para afirmar que el cometa sea, en realidad, una nave alienígena. Loeb es consciente de lo extraordinario de sus alegatos, y admite que lo más probable es que 3I/ATLAS sea un cometa natural. Insiste, sin embargo, en la importancia de este tipo de “ejercicio pedagógico” e insta a no descartar el análisis de las anomalías.
Ciencia frente a especulación: el respaldo de los principales centros astronómicos
Otros expertos han condenado duramente la hipótesis de Loeb. Tiene sentido, en realidad, porque es como escuchar romperse una rama en un bosque de Vigo y asumir que se trata de un tigre de bengala: una conclusión improbable construida sobre datos insuficientes. Samantha Lawler, astrónoma de la Universidad de Regina (Canadá), asegura que en realidad 3I/ATLAS se comporta como un cometa expulsado de otro sistema solar y que no presenta indicio alguno de tratarse de tecnología, extraterrestre o no. Chris Lintott, de la Universidad de Oxford, fue más duro: tachó de “disparate” el planteamiento de Loeb, calificándolo además de “insulto” al trabajo de los astrónomos. Davide Farnocchia, ingeniero de navegación de la NASA, aclara que, en realidad, los datos tampoco son del todo certeros, explicando que la principal incógnita reside en el tamaño exacto del núcleo, ya que el brillo observado podría deberse tanto a sus dimensiones como a su composición o movimiento (es decir, que podría tener que ver con la forma en que la luz se refleja y dispersa).
Frente al ruido de la teoría alienígena, la gran mayoría de la comunidad científica mantiene un diagnóstico más realista. Para Tom Statler, responsable de cuerpos menores en la NASA, no hay lugar para la duda: “Parece un cometa. Hace cosas de cometas”. Los estudios muestran que 3I/ATLAS desarrolla coma y cola, libera polvo y gas, y su respuesta a la radiación solar coincide con la de los cometas clásicos. Los cálculos orbitales, además, descartan cualquier riesgo de aproximación peligrosa a la Tierra: el cometa nunca estará más cerca de 270 millones de kilómetros de distancia respecto a nuestro planeta.
La trascendencia de 3I/ATLAS va más allá de las teorías sobre vida inteligente. Investigadoras como Susanne Pfalzner y Michele Bannister han planteado que los objetos interestelares podrían acelerar la formación de planetas gigantes, actuando como auténticas “semillas planetarias” que coleccionan material a su paso y ayudan a construir nuevos mundos.
JZ