Cuando condenar la violencia ya no alcanza
Por Alejandro González Cussi
Al igual que millones de mexicanos, recibí la noticia del asesinato del alcalde Carlos Manzo con un nudo en la garganta, procesándola con rabia, impotencia, dolor y mucha desilusión.
¿Qué carajos pasó con este país? OsCuándo las conversaciones familiares empezaron a versar sobre asesinatos y enfrentamientos en lugar de sueños y proyectos? Cuándo la cultura se volvió aspiración de la buchonería. Cuándo decidimos abandonar el enfoque de humanidad por el de simple política en un tema tan importante?
Ya no bastan las condolencias ni los comunicados que “condenan enérgicamente”. México no aguanta más. El país requiere acción, decisión tras otra enorme y profunda sacudida ética.
Pero también requiere sentido.
Es tiempo de detenernos y cuestionarnos de verdad. Mi hijo me lo preguntaba con la inocencia que desarma: “Papá, ¿Vale la pena que sigan muriendo hombres y mujeres buenos, que se derrame sangre para que nada cambie? ¿Vale la pena jugársela por un país que parece haber perdido el rumbo?”
Esa pregunta nos duele porque no tiene una respuesta simple y porque ante situaciones como las vividas nos interpela desde lo más profundo.
Todos nos vemos reflejados en él: en la necesidad de dar explicaciones con esperanza ante nuestros hijos; en la impotencia, en la indolencia, en la vulnerabilidad como ciudadanos. Todos, en algún momento, nos hemos sentido desoídos por la autoridad. Que este grito de auxilio no sea sólo un lamento más, sino el llamado que nos despierte. Que sea la promesa de no dejarnos solos, de no dejarnos caer, de no acostumbrarnos. De dejar la maldita politiquería de lado…
La sangre no puede ser en vano. Cada vida arrebatada debe encendernos, no resignarnos. Debe movernos a actuar sin cálculo político ni mezquindad. México necesita manos limpias, voluntades unidas y sobre todo determinadas, con carácter, casi radicales. Es tiempo de que pasen las cosas. Estamos a un paso de no reconocernos.
Y sí, le respondí a mi hijo:
Sí vale la pena. Vale la pena, pero evidentemente no por los puestos. Vale la pena porque este país aún puede y debe ser mejor. Vale la pena por los que como tú, vienen detrás, por los que todavía sueñan, por los que no se rinden.
Vale la pena si somos capaces de convertir la rabia en coraje, el dolor en fuerza y la esperanza en movimiento para dar testimonio. Si volvemos a mirar con ojos humanos.
Si dejamos de normalizar la barbarie y empezamos a reconstruir desde la conciencia, desde lo esencial, con sentido trascendente!
Vale la pena —le dije—, pero sólo si lo hacemos juntos. Tú y yo, y los demás y todos, por qué sólo así trascenderemos el por qué tratando de dar sentido al cómo responderemos !
JZ
