Durante décadas, los astrónomos han rastreado señales de radio provenientes del espacio profundo con la esperanza de encontrar algo que trascienda la casualidad. Pero esta vez, el hallazgo no vino de una galaxia lejana, sino de un visitante intergaláctico que cruzó nuestro Sistema Solar: el cometa 3I/ATLAS, un cuerpo helado que viaja a una velocidad hiperbólica y que parece desafiar los límites de lo conocido.
El descubrimiento fue reportado por un grupo de investigadores tras detectar un pulso enigmático con desplazamiento Doppler coincidente con la trayectoria del cometa. Aunque su intensidad era débil, el patrón se mantuvo constante, lo que llevó a algunos analistas a sugerir, con cautela, que podría tratarse de una forma de comunicación o respuesta al radar terrestre.
Los astrónomos describieron el fenómeno como una secuencia regular de ondas de radio, demasiado ordenada para ser completamente aleatoria. Pero, al mismo tiempo, demasiado débil para ser confirmada como artificial. Las interpretaciones más prudentes señalan que el patrón podría deberse a interferencias naturales, o incluso a errores de medición en los equipos de detección.
“Estos supuestos pulsos podrían ser simples efectos del ruido cósmico”, argumenta el ala más conservadora de la comunidad, que pide cautela antes de atribuir el hallazgo a una causa extraordinaria.
Aun así, la hipótesis de una respuesta “intencional” sigue generando curiosidad: ¿podría el cometa estar reaccionando a las ondas de radar emitidas desde la Tierra o, incluso, transmitiendo información hacia su punto de origen?
Más allá del misterio de las señales, el propio 3I/ATLAS es una rareza astronómica. Se trata del tercer objeto interestelar conocido que ha cruzado nuestro vecindario cósmico (después de ‘Oumuamua y 2I/Borisov) y posiblemente el más grande de ellos. Según cálculos de astrofísicos citados por Sky at Night Magazine y Planetary Society, su núcleo tendría un diámetro de unos 5 kilómetros, una dimensión que sugiere una estructura estable pese a su antigüedad.
Su composición, rica en hielo y polvo, apunta a un origen en las zonas más frías y remotas de la galaxia. Algunos modelos incluso sitúan su nacimiento hace 10.000 millones de años, cuando la Vía Láctea apenas comenzaba a consolidar su forma actual. Eso lo convertiría en un testigo viviente del amanecer galáctico, una cápsula del tiempo que transporta la memoria de las primeras estrellas.
La trayectoria del cometa, trazada mediante observaciones combinadas de distintos observatorios, lo alinea con el “disco delgado” de la Vía Láctea, donde se concentran estrellas jóvenes. Pero los astrónomos sospechan que su verdadero origen podría estar más allá, en la frontera con el “disco grueso”, una región habitada por cuerpos antiguos y pobres en metales.
Si esa hipótesis es correcta, 3I/ATLAS habría viajado durante miles de millones de años antes de toparse con nuestro Sol, transformándose en un visitante de otra era cósmica.
Esa misma distancia temporal podría explicar por qué su estructura ha permanecido intacta y por qué las señales detectadas —si realmente provienen de él— presentan características tan distintas a las emisiones conocidas.
Por ahora, los investigadores siguen recopilando datos para determinar si las ondas de radio detectadas se repiten o si fueron un evento único. La posibilidad de que se trate de una emisión no natural aún no está descartada, pero los científicos prefieren mantener los pies en la Tierra.
Mientras tanto, el cometa continúa su viaje, alejándose lentamente del Sistema Solar, quizá hacia un destino tan incierto como su origen.
Y aunque todo apunte a una explicación convencional, la pregunta persiste: ¿y si ese débil pulso fue realmente un mensaje… enviado desde los confines del cosmos?
JZ
