Desde la desaparición de los normalistas en 2014, cinco padres y madres de los jóvenes enfermaron y murieron, pero sus familias mantienen la búsqueda y la exigencia de justicia.
Clemente Rodríguez comparte que desde hace nueve años tiene un zumbido en el oído y que hoy ya se cansa de caminar, pero aún así mantendrá la búsqueda de su hijo. (Foto: Lidia Arista/Expansión)
Lidia Arista
Clemente Rodríguez sufrió la desaparición de su hijo Cristian Rodríguez Telumbre hace 11 años en Iguala, Guerrero, pero la tragedia para él y su familia no terminó ahí.
La pandemia de covid19 le trajo otra pérdida: la muerte de su amigo y compañero de batalla, Bernardo Campos, padre de José Ángel Campos, otro de los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en 2014.
Con Bernardo compartía el dolor y la esperanza de volver a ver a sus hijos. Se reunían para adentrarse en la sierra de Guerrero en busca de pistas o para recorrer comisarías municipales con el objetivo de encontrar indicios que los condujeran a los jóvenes, quienes buscaban convertirse en maestros.
“El compañero andaba con nosotros, caminé con él en las sierras de Atoyac, kilómetros y kilómetros resistiendo”, recuerda Clemente en entrevista con Expansión Política, a 11 años de la trágica noche de Iguala.
En septiembre de 2021, “Tío Venado”, como se conocía a Bernardo, contrajo covid y tuvo que ser internado, pero como otros 334,000 mexicanos no venció la enfermedad. Murió en el hospital de Nutrición de la Ciudad de México luego de que su contagio se complicó por la diabetes que padecía.
“Sabíamos que padecía (esa enfermedad), pero su estado se agravó por la angustia de no saber nada de su hijo. El encierro por el covid lo llenó de tristeza y lo tomó por sorpresa”, informó en su momento el Centro de Derechos Humanos Tlachinollan, que representa legalmente a los padres de los jóvenes.
Clemente Rodríguez recuerda con cariño a su amigo “Venado”, con quien se tomó varias fotografías que subía a redes sociales, en esas donde hoy en su descripción del perfil dice: “Tengo fe y esperanza que mi hijo está vivo y sus 42 compañeros. No descansaré hasta encontrarlos”.
“Venado”, como se le conocía a Bernardo Campos murió sin saber el paradero de su hijo. (Foto: Moisés Pablo Nava/Cuartoscuro.)
Pero Bernardo Campos no es el único padre Ayotzinapa que perdió la batalla en estos 11 años. La vida de Minerva Bello, Tomás Ramírez, Saúl Bruno Rosario y Ezequiel Mora se fue entre las búsqueda de sus hijo y la verdad de lo que ocurrió con su desaparición. Y fueron sepultados sin volver a ver a sus hijos: Everardo Rodríguez, Julio César Ramírez, Saúl Bruno García y Alexander Mora Venancio, respectivamente.
Para los padres de los 43 jóvenes desaparecidos, la desgracia vino acompañada de cambios radicales en su vida. Además de no volver a ver a sus hijos, muchos de ellos perdieron trabajos, descuidaron a sus familias y enfrentaron problemas de salud. Varios padecen diabetes, colitis, gastritis o depresión.
“Nos ha cambiado totalmente la vida, hace 11 años que ya no soy el mismo, yo no tenía ni una cana, nada”, dice Clemente mientras se retira la gorra y muestra su cabeza en tono plata, casi en su totalidad.
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Desde la desaparición de su hijo “Choche”, como le decía de cariño su familia, Clemente Rodríguez lleva consigo una carga y no se refiere a la mochila con tazas, aretes y mezcal que vende para solventar sus gastos, sino el dolor y tristeza porque Cristian no ha regresado a casa.
“No puedo decir que estoy al 100. Camino bastante, pero ya me duelen las piernas, ya me duele el cuerpo, tengo un zumbido en el oído. Los doctores me dicen: ‘tú baila, tú escucha música, tú diviértete, tú brinca’, eso es lo que hago para deshacerme de toda esta carga . Mucho estrés, mucho cansancio”, sostiene.
Luz María Telumbre, madre del normalista desaparecido, Cristian Alfonso Rodríguez Telumbre, sigue recorriendo el país en busca de justicia. Sin embargo, en algún momento tuvo que pausar su lucha para trabajar y solventar los gastos de su familia.
“Yo me retiré un tiempo porque tengo que sacar adelante a mis hijos, pero nunca voy a dejar el movimiento. Yo tengo que seguir, tengo que saber lo que realmente sucedió con mi hijo, por amor a nuestros hijos, no importa que nos insulten, que nos digan que ya nos gustó andar acá o que ya recibimos dinero, a mí no me da vergüenza decir que no he recibido ni un peso de dinero”, asegura.
“Los padres no tienen para los pasajes, pero ven cómo le hacen. Prácticamente todos estamos enfermos”.
JZ